24 de noviembre de 2009

PRIMER ANIVERSARIO DEL BLOG


La Feliz cumple un añito de vida. Sí, señores. Un año ya, pero mirá vos, si parece que fue ayer, cómo crecen los chicos, en cualquier momento te cae con novio, etcétera, etcétera. Créase o no… mi blog, y yo como blogger, cumplimos un año. Cumpleaños virtual pero cumpleaños al fin y hay que celebrarlo.


¿Fiesta o viaje? se cuestiona la quinceañera indecisa. ¿Celebración o fiesta? me pregunto yo, más propensa a la disquisición filosófica que a la cosa práctica. ¿Comemos o no comemos? preguntan mis hijos y mi marido, plato y tenedor en mano.


Pero, momentito, paren el mundo por un rato, que la ocasión amerita el debate sobre esta y otras cuestiones aparentemente menores. Y les digo por qué: porque entre la celebración y la fiesta se da una relación equivalente a la del fondo con la forma. ¿No les dije? Filosofía pura.

La celebración alude a cierta predisposición “álmica”, como decía Macedonio Fernández y la fiesta viene a ser la expresión de ese espíritu. Todo irá bien mientras ambas estén en equilibrio y si no, bueno, ya se sabe: comienzan algunos de los eternos conflictos que sobrevienen cuando fondo y forma se desarmonizan.



La vida es una fiesta



Por estos tiempos es muy popular la fiesta loca y casi todo el mundo aspira a tirar la casa por la ventana hasta en ocasión del cumplemes del pececito del nene. La sana y loable aspiración de agasajar a los seres queridos convidándolos con lo mejor de la propia cosecha ha sido reemplazada por cierta obsesión por la bacanal, incluso entre los espíritus sencillos. Y con tal de que no falte caemos en la desmesura de comer hasta el hartazgo, beber hasta la inconciencia y gastar hasta el último centavo.
De unos años a esta parte todos los cumpleaños son como fiestas de quince, las fiestas de quince parecen casamientos y los casamientos emulan la entrega de los Oscars, con alfombra roja, números en vivo y hasta maestro de ceremonias.
Fiel a su propósito, la mercadotecnia del fiestononón instaló una variedad inabarcable de productos y rituales destinados a traicionar el espíritu celebratorio: desde el papel picado hasta la ceremonia de las quince velas, pasando por los videos con exteriores, los globos inflados con helio, el glitter, la torta con cintitas (en las últimas décadas desplazada por algo aún peor: los copones con cintitas), el revival de los miriñaques, las fotos con efecto y el insufrible “Meneaíto”.



¿Bailamos?



Como fideos sin queso, como amor sin besos, como mañanas sin sol… así son las fiestas sin baile. Porque bailar es una de las formas más hermosas de expresar el amor y la alegría.


Y aunque no hace falta ser Julio Bocca para disfrutar de una noche de ritmo, están quienes mueven sus cuerpos con cierto respeto por las leyes de la dinámica y los otros, seres a quienes quizás les falte alguna conexión entre el oído y la musculatura.


Mi marido, por ejemplo, pertenece a la estirpe de los pataduras. No hay manera de hacerlo quebrar la cintura. Embebido de clima festivo (y de algunas otras cosas) puede llegar a jugarse con movidas audaces como sumarse a un trencito, enrollarme en su brazo para hacerme girar, o ser el férreo sostén de un túnel que atravesarán, divertidísimos, la cumpleañera y su padrino. En la cumbre de la fiesta puede llegar incluso a proponerme que vayamos juntos a aprender a bailar tango. Pero, invariablemente, lo olvidará al día siguiente.
Lo más triste es que, con los años, me he ido acomodando a sus movimientos y poco a poco compruebo que los míos son cada vez más pobres. Que una no sería Thalía pero bailando se defendía, y ahora…
En la vereda opuesta están los aparatosos, aquellos que aman ser el centro de la ronda y no dudan en sumarse a la danza de los recién casados para un original vals en trío. Su momento de gloria suele darse al ritmo de la música disco de los setenta (se descamisan a lo John Travolta), la lambada y los acordes de “¿Qué tendrá el petiso?”.
Justamente en una fiesta yo pensaba el otro día, qué bueno sería ser presidenta de Sadaic y extraviar disimuladamente y sin posibilidad de retorno el archivo con los discos de reggaeton editados en el país y, por las dudas, en toda América. O mejor aún, llegar a la presidencia de la Nación para firmar el más delicioso de los decretos: el que prohíba la circulación, difusión y propagación de cualquier material discográfico conocido o por conocer, escrito, editado y/o interpretado por Ricardo Arjona y, por supuesto, su ingreso al país.
En fin, soñar no cuesta nada.

Seguiría hasta  agotarlos con esta reflexión tan fiestera pero, con dolor en el alma, debo dejarla aquí; es que tengo una cita impostergable con la party planner.
Muchas gracias a todos por acompañarme en este primer año, los invito a sumarse a la encuesta. Levanten las copas, chin chin y que siga el baile.





17 de noviembre de 2009

HERMANO SOL

Arriba el Sol, aquí la vida, una canción
y un poco de satisfacción
Miguel Mateos


El Sol está ahí, aunque no lo veamos. Una estrella silenciosa de más de cinco mil millones de años, que a modo de gran computadora cósmica emite su magnetismo y controla las órbitas de nueve planetas y miles de cuerpos celestes.
El Sol interviene en las glaciaciones, regula la presión atmosférica de la Tierra, la cual a su vez determina la meteorología y hasta los terremotos. Es una central nuclear de fusión en la que el hidrógeno se convierte en helio. Su temperatura es mayor que la de una bomba atómica: unos 6000 grados en la superficie y 15 millones en el núcleo.
Y, por todo eso, vivir sin él sería imposible.

Verás la luz

Hace poco más de un mes mi marido escuchó en la radio la invitación a una charla que, sobre los poderes curativos del sol, se hacía en los salones de una librería muy importante de Mar del Plata. Qué razones lo impulsaron a pasar por la librería y reservar dos entradas es un misterio que aún no consigo dilucidar. Pero allá fuimos.
El salón estaba repleto. Al frente, el orador, un hombre de unos setenta años y su traductora. Supe al verlo que aquel hombre era hindú: piel tostada, mirada inteligente, sonrisa serena y un inglés no very british que de entrada me cayó simpático.
Debo confesar que al principio tuve mis reparos y el temor de haber caído en un antro new age en el que querrían ofrecernos la vía de escape a la hecatombe anunciada por los mayas para 2012 (todo a la venta en prácticos frasquitos, pagaderos con Visa).

Sin embargo, el discurso de Hira Ratan Manek (efectivamente, nacido en Bodhavad, India, en 1937) destila sentido común y su propuesta es de una sencillez apabullante: la cura a los males del hombre posmoderno, dice, pasa por poner sus ojos en lo alto. Literal y figuradamente hablando.


La técnica de Sun Gazing que Hira Ratan Manek practica, recomienda y difunde puede explicarse en muy pocas líneas: consiste en mirar el Sol en un horario seguro (hasta una hora después de su salida y desde una hora antes de su puesta), el primer día diez segundos, veinte segundos al siguiente, treinta el tercero y así sucesivamente. No es una práctica que tenga que realizarse durante toda la vida. Sólo se realiza como máximo durante un período de 270 días (hasta llegar a un tope de 45 minutos), consecutivos o no.


Así como los vegetales se alimentan de sol y minerales a partir del proceso de fotosíntesis, Manek sostiene que a través del Sun Gazing los hombres podemos cargarnos de la más potente de las energías de la naturaleza obteniendo “salud perfecta para mente, cuerpo y espíritu”.


Los beneficios posibles no son nada desdeñables: “se experimenta un incremento de la memoria y de la inteligencia. El proceso de envejecimiento se hace más lento, disminuyen el apetito y el cansancio, se aligera el metabolismo y el cuerpo se predispone a la meditación y a la oración”.
“Después de los primeros tres meses, las personas notarán cambios en su salud psíquica, a los seis meses se evidenciarán las mejoras físicas” sostiene Manek y agrega: “a esa altura todas las células del cuerpo empiezan a almacenar energía del Sol. Se convierten en células fotovoltaicas; son como un panel solar”. Finalmente, transcurridos nueve meses, se obtendría también la salud espiritual.

A lo largo de la charla Hira Ratan Manek hizo hincapié en tres aspectos, a mi juicio, fundamentales: en primer lugar el Sun Gazing no es un rito de tipo religioso sino una terapia apta para personas de todos los credos e, incluso, para incrédulos. Segundo, él no se presenta a sí mismo como un gurú a quien seguir sino, simplemente, como quien difunde la técnica. Y en tercer lugar: la práctica de Sun Gazing es absolutamente gratuita y no requiere de libros, pirámides, sahumerios, CDs ni aceites esenciales.

Salir al Sol

Durante siglos la humanidad ha profesado su admiración por el astro rey, fuente generosa de luz y calor, dos elementos claves para la vida de todas las épocas.
No fueron pocas las culturas que vieron en el Sol la máxima expresión de la deidad: egipcios, mayas, incas. Los griegos lo veneraron a través de la figura de Apolo. El saludo al Sol que se practica en Yoga es una antiquísima costumbre india que originariamente se realizaba al amanecer, es decir, en el mismo horario de “sol seguro" que propone Manek para su Sun Gazing. Y el propio Jesús se definió a sí mismo diciendo “yo soy la Luz del mundo”.
Ya en el siglo veinte, y durante décadas, los médicos prescribieron baños de sol como terapia para numerosas dolencias. Ha sido en los últimos años, a partir del agujero en la capa de ozono y la amenaza del cáncer de piel, que nos hemos vuelto muy aprehensivos respecto del Sol. Sin embargo, no son pocos los científicos que sospechan que quizás habría que revisar algunas cuestiones sobre los efectos benéficos de la luz solar y el peligro de una reclusión abusiva.(1)
Hira Ratan Manek lleva tiempo difundiendo su técnica y miles de personas en el mundo ya practican el Sun Gazing y aseguran haber mejorado su calidad de vida. Muchas de ellas hacen caso omiso de sus advertencias y van más allá: viven el Sun Gazing como un culto y veneran al hindú como a un líder religioso. Pero esta es una cuestión que, intuyo, tiene que ver con el síndrome de orfandad espiritual, tan común en nuestros días.


Sin caer en exageraciones, creo que puede ser válido tomar algunos aspectos de esta propuesta. No se trata de ver en el Sol a un ser digno de adoración pero sí quizás volver a mirarlo como lo que realmente es: parte fundamental de una Creación maravillosa que Dios puso a nuestra disposición para que nos sirvamos de ella. En este sentido creo que vale la pena el esfuerzo por armonizar con la naturaleza como una manera de cultivar la vida.


Además, con el verano tocando la puerta ¿por qué no intentarlo? Al menos en honor de aquello que decían las abuelas: “donde entra el Sol, no entra el médico.”

Para más información sobre la técnica de Sun Gazing
http://www.hrmargentina.com.ar/


(1) El más citado por HMR es el inglés Richard Hobday, doctor en ingeniería quien dicta conferencias sobre el tema en universidades y foros científicos de Europa en los que advierte sobre las posibiliddes de aprovechamiento de la luz solar. Hobday es el autor de The Healing Sun (El sol que cura: luz solar y salud en el siglo XXI).


20 de junio de 2009

MATERNIDAD, DIVINO TESORO



Todo nos llevaría a pensar que la maternidad es un asunto serio. Yo misma estaría en condiciones de asegurarlo si no fuera porque por momentos me parece que la maternidad se me ríe en la cara. O mejor dicho: se me burla abiertamente.
No quiero ser malinterpretada. De todos los dones maravillosos con los que Dios me ha regalado en la vida, mis hijos son el más maravilloso. Ser mamá es una bendición y la crianza de mis niños, una fuente de plenitud y realización personal.
Sólo que a veces, de tan maravillosa, la experiencia apabulla y la vida cotiadiana se torna… ¿cómo decirlo? Surrealista.
Y no me digan que no les pasa porque no les creo.

La que soy, aquella que (no) fui.

Detrás de las dulces caritas de mis chichipíos me parece ver a veces la de esa persona que alguna vez, allá por la adolescencia, creí que podría llegar a ser: profesional brillante de aspecto impecable, arregladísima pero sin exagerar, no es cuestión de caer en la trampa del exceso de look. Una chica informada, crítica, políticamente comprometida, católica militante, lectora infatigable, atenta a las últimas novedades, siempre dispuesta a ser parte de la causa social del día y el evento cultural de la noche…

Hay que decirlo: de pequeña yo solía ser bastante fantasiosa. Y un poco ilusa.

Hoy por hoy mis días se organizan alrededor de dos pares de ojos verdes (unos definitivamente verdes, los otros matizados de gris y con un toque de miel) que me miran con anhelo expectante siempre a la espera de más y desde su escasa altura de pigmeos me obligan a pasar agachada gran parte de mi tiempo.
La columna bien, gracias.

Así, yo, que en las épocas de estudiante buscaba escandalizar a mi profesora de periodismo eligiendo como tema de investigación la construcción de un baño público en la plaza San Martín (y otros igualmente al borde del absurdo escatológico) hoy clamo a la providencia me libere de todo lo relativo a pis, caca, mocos y esas delicias que constituyen el pan mío de cada día. Es que ¡nos costó horrores dejar los pañales!


Pero esa no es la única contradicción a la que me empujó la maternidad. Mi espíritu ambientalista, acérrimo defensor de la causa ecológica se doblega ante la presencia de piojos, especie a la que sólo puedo desearle la extinción pronta, absoluta y, en lo posible, sangrienta. Lo más terrible es que no me quedo en la intención: llevo años adquiriendo todo champú, loción o brebaje que me prometa la exterminación definitiva de piojos y liendres (y ni siquiera me detiene el hecho de que las liendres… ¡son bebés!)

La maternidad modificó sin piedad mis consumos culturales: de Kieslovsky a Pixar, el viaje de ida no tuvo escalas. Dejé de ser la lectora infatigable para convertirme en una lectora fatigada de leer una y mil veces el mismo cuento (recuerdo, no sin espanto, uno acerca de una pata que quería ser bailarina). La sobreviviente que llevo adentro me llevó a investigar en el mundo de la literatura infantil. Así, al menos, aprendí a filtrar y de a poco fui seleccionando libros que no me diera fiaca leer. Debo decir que con el tiempo encontré historias muy divertidas y algunos autores que valió la pena leer, aunque haga rato que cumplí los ocho años.

Inmersa en el ajetreo propio de mi vida de mamá de niños pequeños, veo desdibujarse también mi posibilidad de participación en la cosa pública. Mientras hago malabares para cumplir con los horarios de entrada y salida del colegio, los actos, las entregas de boletines, las reuniones de padres del jardín, los cumpleaños… apenas si me parezco al zoon politikón de Aristóteles.

La inminencia de las elecciones no hace más que acrecentar mi angustia en este sentido y no sólo por la ausencia de candidatos fiables. Por estos días una multitud de folletos de cuanta agrupación partidaria existe puebla mi vereda y mi buzón. De rostro inexpugnable, señoras candidatas apenas unos años mayores que yo posan para la foto, bien vestidas y sabiamente maquilladas (algunas hasta con signos de reciente refrescada). Las veo así, tan serenas y sonrientes y no puedo dejar de preguntarme: ¿tienen chicos?, si es así, ¿cómo hacen? Y sobre todo, ¿cómo piensan hacer si resultan elegidas?

Mientras intento dilucidar estas cuestiones reflexionando sobre las aristas menos exploradas del cupo femenino, vuelvo a lo mío, acomodo prolijamente las boletas que nunca introduciré en la urna y las apilo para confeccionar un hermoso bloc borrador, ideal para que dibujen mis bebés.

Gracias a Dios, en casa, hay fiesta para rato.

6 de abril de 2009

SEMANA SANTA 2009

UNA CRUZ SENCILLA


Hazme una cruz sencilla,
carpintero
sin añadidos ni ornamentos,
que se vean desnudos los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno que distraiga este gesto:
este equilibrio humano de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla, carpintero.


León Felipe Caminos

26 de marzo de 2009

LA CIUDAD DE A PIE

La figura del caminante suele asociarse con la del que
busca, el que explora, el que recorre. Caminante que hace camino al andar como
dice Machado y canta Serrat. Asociamos caminar con avanzar y, de alguna manera,
con crecer, desarrollarse, moverse… Caminar como la opción para salir de la
quietud y burlar a la muerte.
Pero en su acepción más pedestre - permítanme
el juego de palabras - caminar es ni más ni menos que trasladarse.
Originalmente caminar era el único medio que el hombre primitivo tenía para
acceder a su alimento, huir del peligro, acercarse a los cursos de agua. En
nuestro sedentario siglo veintiuno la mayoría de las personas hace todo eso en
auto, avión, colectivo, motocicleta o llamando por teléfono a algún delivery.
Caminar, en cambio, ha ascendido a la categoría de deporte.


A paso firme

Deporte democrático si los hay, apto para todas las edades y contexturas físicas, caminar no requiere de habilidades especiales y cualquiera puede acceder a la condición de caminante sin desembolsar un solo peso ni llenar ninguna ficha de admisión.
Claro que, marketing mediante, los industriales del fitness no tardaron en desarrollar un sinfín de “accesorios” que, según parece, lo convierten a uno en un caminante deportivo de verdad. En general son cosas lindas y útiles que aportan comodidad a la práctica de esta actividad tan ponderada por sus beneficios para el cuerpo y la mente. El problema con los accesorios surge cuando se los combina en abundancia, pudiendo rozar el límite de lo grotesco. Ustedes saben de qué hablo: zapatillas con súper suela y cámara de aire, más calzas, más zoquetes, más remerita dry fit, más bolsita “riñonera” de primera marca, más vincha, más gorra y/o visera, todo eso junto, más la botellita de agua en la mano. Andar liviano, reza la consigna.
Más allá de mis críticas al uniforme, el hecho es que el de los caminantes deportivos es un grupo en auge. Una buena noticia, que nos habla de que en nuestras ciudades cada vez más gente elige cuidar su salud y recuperar el contacto con la naturaleza. Porque, claro, los caminantes deportivos no circulan por la urbe así nomás, sin ton ni son. Tienen circuitos bien definidos, casi siempre cercanos a los sectores de la ciudad donde la belleza natural se deja ver con más esplendor: parques, plazas, paseos, costaneras de ríos… Y si viven, como yo, en Mar del Plata, su elección resulta obvia y comprensible: pocas actividades tan energizantes y a la vez relajantes como caminar contemplando la orilla del mar.

Y otro poquitito a pie

Aunque celebro la consagración de la caminata como actividad física organizada he de confesar que no soy de sus más fieles cultoras. Algún que otro paseo ocasional por la costa no me habilita para definirme como caminante deportiva.
Sin embargo, desde hace varios años, camino un promedio de tres kilómetros diarios todos los días. Eso sí, vestida con ropa de calle, como decía mi abuela y desafiando uno a uno los mandatos saludables: no recorro escenarios bucólicos sino las calles del micro y el macro centro, calzo tacos altos (botas o sandalias, según la época), hablo por teléfono, me detengo a mirar vidrieras y cargo unos cuantos kilos de papel en el bolso que llevo al hombro.

Debo aclarar algo: lo mío no obedece a ningún fanatismo o posición “anti progreso”; no tengo nada en contra de los automóviles. En estos tiempos que corren alocadamente, elegir un medio de locomoción un poco más ágil que las propias piernas no resulta ninguna extravagancia sino más bien la respuesta más sensata a la demanda creciente de compromisos con horario de vencimiento.
Lo mío con la marcha pedestre, como suele decirse hoy en día, se dio. La naturaleza teje sus hilos y de alguna manera nos abre o cierra puertas: desde que nací sufro de una afección a la vista que, sentada al volante, me convertiría en un “peligro constante”. O al menos de eso me fui convenciendo con los años y ahora sería incapaz de superar el miedo al desastre.
Además cuando empecé a trabajar con mi marido en el tema de los seguros todavía vivíamos en el centro y las distancias entre las distintas compañías con las que operamos eran relativamente cortas y… así fue que sucedió: cinco cuadras por allá, doce por acá, más doce de vuelta y otras seis para este lado. Eureka, muchacha, has superado los tres kilómetros!!!

El camino de la vida

Caminar ya no por el placer de caminar o para reducir el colesterol sino para pagar los impuestos, presentar la solicitud de un nuevo seguro o depositar el dinero de las pólizas en la cuenta de la compañía. Caminar para hacer las compras, para llevar a la nena al jardín o dejar las frazadas en el lavadero. Eso hacemos los que integramos el grupo de los caminantes civiles.


Claro que, de paso, si se fortalecen las piernas o se baja la pancita, en buena hora. Sin embargo, cuando he comentado que trabajo caminando y que algún beneficio debe traer esto para el cuidado de mi cuerpo, los puristas del deporte me han mirado casi al borde del escándalo para acabar señalando que así, a lo hereje, sin calzas, sin zapatillas y mirando vidrieras “no es lo mismo”.

Y tienen razón: un caminante civil no es lo mismo que un caminante deportivo. Aún corriendo el riesgo de exagerar me atrevería a decir que andar por la ciudad de a pie (y hacerlo en forma habitual, se entiende) genera una cosmovisión diferente y que los caminantes civiles presentamos algunos rasgos de personalidad que nos distinguen del resto:
- En principio, hay que reconocer que quienes nos movemos por la vida sobre nuestras piernas solemos padecer de cierta estrechez de horizontes. Y es comprensible: no se puede aspirar a ser ciudadano del mundo y pretender recorrerlo caminando. Más amigos de lo próximo que de lo foráneo, en esta tribu urbana abundan los vecinalistas y los folkloristas, los cultores del barrio y del espíritu criollo.
- Otra cuestión que suele caracterizar al grupo es cierta escala de valores ad hoc en la que el punto positivo estaría dado por lo cercano y el punto negativo por lo lejano. En otras palabras, lo bueno, si cerca, dos veces bueno. Criterio que suele primar al momento de elegir centros de compras, prestadores de servicios o espacios recreativos.
- Gente con cierta dificultad para la maduración, los caminantes civiles solemos derrochar tiempo en actividades lúdicas ya pasadas de moda como caminar sin pisar las líneas entre baldosa y baldosa, subirnos a las verjas, correr carreras con otros transeúntes (que ni siquiera se enteran) o apurar el paso para ganarle al semáforo.
- Salvo en casos extremos (el ala purista del grupo) los caminantes de la ciudad somos gente flexible y no masticamos vidrio: cada vez que podemos o necesitamos usamos del transporte público, las bicicletas y los automóviles de familiares y amigos.
- Quisiera poder decir que además, los peatones somos más respetuosos de las normas de tránsito que los conductores de vehículos pero lamentablemente no es así. Argentinos al fin, nos cuesta horrores mirar a ambos lados antes de cruzar, hacerlo por las sendas peatonales, respetar los semáforos en rojo y esperar con paciencia nuestro turno. En este sentido sería importante tomar conciencia de que justamente somos los peatones los principales damnificados del caos que provoca nuestra falta de cumplimiento de la ley. De acuerdo a las estadísticas oficiales, casi la mitad de las víctimas fatales en accidentes de tránsito son peatones.
[1]

En fin, con luces y sombras, con cochecitos de bebés y con carritos para las compras, con apuro o sin apuro, caminando realizamos, aún sin saberlo, el más básico ejercicio de ciudadanía: el de la apropiación del espacio público. El espacio que es nuestro y que si desconocemos difícilmente podamos valorar y cuidar.

Por eso, la próxima vez que se les rompa el auto, salgan a caminar un rato y prueben a hacer sus cosas recorriendo las calles del barrio o del centro. Difícilmente puedan cumplir con su agenda del día y es muy probable que terminen rendidos de cansancio pero se van a divertir como locos esquivando regalitos de mascotas, baldosas rotas y puestos de venta ambulante.
Y a lo mejor hasta consigan alguna pichincha…


CAMINE, SEÑORA, CAMINE!!!


1. Accidentes de tránsito: 44,5% de los muertos son peatones. Según estadísticas oficiales, casi la mitad de la gente que murió el año pasado por accidentes de tránsito en la Capital eran peatones. ...www.clarin.com/diario/2009/03/16/laciudad

16 de febrero de 2009

HISTORIAS DE AMOR

Cada 14 de febrero un batallón de enamorados del mundo entero homenajean al objeto de sus deseos con obsequios, halagos o salidas, para celebrar lo que hace años se conoce como “Día de San Valentín”.
Pero la procedencia de este festejo es tan dudoso como pueden serlo a veces las cuestiones del corazón.
En las listas de mártires cristianos figuran al menos tres santos de nombre Valentín y no hay certezas sobre la existencia de ninguno de ellos. El hecho de tener un día para celebrar al amor y a sus protagonistas podría tener un antecedente en la Antigua Roma y sus fiestas Lupercales, rituales paganos en honor al Fauno Luperco (Lupus significa “lobo”) que protegía a los pastores y que también se asociaba con la fertilidad. Así que hacia finales del siglo V D.c. el Papa Gelasio I resumió las leyendas que circulaban sobre San Valentín y se apropió de la tradición de las lupercales instaurando el 14 de Febrero como Día de San Valentín. Siglos después, en el año 1969, fue la misma iglesia la que dejó de celebrar esa efeméride por no tener datos positivos sobre el santo en cuestión.
De cualquier manera es hecho probado que la gente vive enamorada y que el amor es uno de los grandes motores que hacen mover al mundo. No deja de ser alentador que se dedique al menos un día al año a celebrar el sentimiento.
Toda historia puede encerrar una historia de amor. Puede ser un gran amor, un amor muy pequeño y fugaz o un amor que nunca pudo ser. Para festejar también nosotros al amor en su día acá les dejamos dos simples historias de amor.
MDS

UN GUARDAPOLVO Y UN AMOR

Era un lunes lluvioso y frío. Como todas las mañanas, salía de mi casa rumbo a la escuela, caminando al lado de mi hermano. A menos de dos cuadras, nos encontrábamos con otra pareja de hermanos, mujer y varón, que se unían en nuestro peregrinar lento hasta el colegio. Los cuatro éramos moderadamente amigos; yo más compañera de los chicos, con los que jugaba al fútbol en la cancha del baldío vecino. Igual la caminata matinal se hacía amena y las diez cuadras se pasaban como un suspiro.
Pero esa mañana las cosas no serían como siempre. Las calles de Alto Verde ya por ese entonces quedaban anegadas con una modesta lluvia, ni hablar de lo inundadas que podían llegar a estar si se desataba un temporal. Era casi tradición sacarse las zapatillas para cruzar La Hierra, con los pantalones subidos hasta las rodillas. Pero esa mañana, insisto, la lluvia era raramente benévola y nos permitía ir sorteando charcos con sólo estirarnos un poco y saltar otro tanto. Llegados a La Posta, nos topamos con un enorme charco, esta vez de barro. Mi hermano, siempre ágil, cruzó sin inmutarse y desde la vereda de la clásica farmacia del barrio me arengaba a saltar pronta a su encuentro. Yo estaba midiendo la extensión de mis piernas para realizar con éxito la pirueta cuando me sentí elevada por el aire, por una fuerza que me levantaba por detrás, cual novio que ingresa a su recién esposa por el umbral del flamante nido de amor. Mi improvisado príncipe (a quien no voy a mencionar porque estimo sigue viviendo en la zona) me había levantado en sus brazos, para hacerme sortear ese obstáculo que para mí parecía imposible. Lo que él seguro no calculó fue que el peso de una casi desarrollada niña de nueve años sería demasiado para las fuerzas de un esmirriado varón de once, y tras intentar dar el inicio del salto triunfal me resbalé de sus brazos para quedar sentada de cola en el medio del barro. Mi guardapolvos blanco parecía el cuero de un dálmata, mi orgullo había quedado enterrado bajo la última gota del charco y mi hermano lanzaba carcajadas tipo Cruella Deville al escuchar a mi frustrado salvador decirle “Pegame, porque la tiré a tu hermana al barro”.
Esta es la primera historia de amor de mi vida, la historia de un amor que no fue, tal vez la parábola de los tropiezos que se siguieron sucediendo sin descanso hasta que, muchos años más tarde, llegó mi verdadero príncipe, el que comparte ahora mis días y mis noches, el padre de mis hijas, el mismo que entre amigos disfruta rematar nuestras anécdotas diciendo entre risas “Yo a vos te saqué del barro”.
Mariana de los Santos

UN AMOR DE VERANO, TODA LA VIDA


Cuando era chica pensaba que mi gran amor vivía en algún rincón de Córdoba, ahí nomás, en mi barrio, muy cerca de mi casa. Incluso me animaba a fantasear que nuestros destinos se cruzarían en la Avenida Núñez algún domingo por la tarde, yo divina, él hermoso y viviríamos juntos, felices por siempre jamás.
Lo cierto es que ni pensé en esto cuando un día de finales de enero mi papá nos propuso ir de vacaciones a Mar del Plata, todos juntos, en familión, con poca plata, claro está. Yo tenía dieciocho años y nunca antes mis vacaciones habían transcurrido tan lejos y hasta ese momento no había visto más oleaje que el del río Suquía en sus crecidas.
El plan-aventura fue aceptado por unanimidad y hacia Mar del Plata partimos. Éramos un grupo nutrido y complejo, una de esas familias que los psicólogos de hoy en día no dudan en tildar como “disfuncionales”.Pero simpáticos.
Pasadas las primeras emociones, el encuentro con el mar y los lógicos problemas de convivencia llegó la posibilidad de adentrarme en el espacio de la noche marplatense.
Era febrero, era domingo (un detalle intrascendente, apenas anecdótico porque ya se sabe que en vacaciones todos los días son sábados o domingos) y yo movía mi anatomía en un bailable de la costa. Mil veces, hasta creérmelo, había escuchado y repetido aquello de que “al amor de tu vida no lo vas a conocer en un boliche”. Primer mito derribado: ahí estaba él, con unos ojos verdes increíbles, invitándome a bailar.
Los días siguientes fueron como extractados de una película de Disney, de esas en las que al final el príncipe besa a la princesa. Qué tema: el primer beso. Y yo que no quería que ese fuera el final sino todo lo contrario.
Todavía no estaba de moda festejar el día de los enamorados pero a una romántica de lecturas ligeras como yo jamás se me podía escapar ese detalle. Y, por supuesto, hice todo lo posible para estirar el tiempo, para que el primer beso llegara en pleno San Valentín.
Y llegó, nomás, como llegan las cosas buenas. Y al primero le siguieron otros, matizados con miles de palabras, miradas, caricias y el marco de un verano increíble. Así de sencillo fue que me enamoré locamente ¡¡¡de un príncipe extranjero!!!
La vuelta a Córdoba no fue fácil porque todos sabemos de memoria que los romances a la distancia no funcionan. Segundo mito derribado: a siete años de cartas, breves visitas breves, encuentros idílicos y millones de pesos invertidos en facturas telefónicas finalmente los coronamos como Dios manda, yo de blanco, él de riguroso smoking en una iglesia en Córdoba, muy cerca de mi casa materna, eso sí.

De todo eso ya pasó mucho tiempo…Y acá estamos, muy felices los dos junto a nuestros niños disfrutando el verano en nuestra casa a pocas cuadras del mar mientras nos preparamos para celebrar otro aniversario del primer beso.

(A veces, sólo a veces, me inundan unas ganas como de Suquía. Especialmente en época de crecidas.)


AGRADECIMIENTO ESPECIAL A MARIANA DE LOS SANTOS.
PUBLICADO EN REVISTA IMPRONTA, CÓRDOBA, FEBRERO DE 2008.

24 de enero de 2009

EN BUSCA DEL SOL (O CAPEAR LA CRISIS)

Comenzó el 2009 y como quien no quiere la cosa ya casi se termina enero. A todas luces éste se presenta como un año movidito, cargado de (no tan buenos) augurios. El discurso imperante es el anuncio de una crisis más crítica que no sé qué. Pero para los que nacimos bajo el signo de la argentinidad el tema no es nuevo: de la hiperinflacionaria a la energética pasando por la de credibilidad de las instituciones y (claro está) la del campo no hay crisis que no hayamos tenido el gusto de conocer.
Como se dice en la calle, es lo que hay y parece que es lo
único
que hay. Así que nos queda optar entre administrar miserias y eternizarnos en el lamento o ponernos las pilas.
Los invito a contarme como empezaron ustedes el año, qué opinan de la crisis y qué planean hacer con el 2009.
Este verano en La Feliz se viene reflexivo.

Hace poco más de un año nuestra vida familiar cambió de manera drástica al mudarnos de un departamento céntrico a una amplia casa en la zona de La Perla, uno de los barrios más tradicionales de Mar del Plata.
No fue una decisión simple y significó varios meses de deliberación, de sopesar razones a favor y en contra. Si bien toda mi vida había vivido en una gran casa, con galerías y jardín y en el departamento apenas unos años, yo era la que aportaba casi la totalidad de las objeciones: mucho trabajo, alejarnos del centro, la inseguridad...
Finalmente, como suele suceder, la vida se impuso con toda su fuerza y tuve que hacerme cargo del hecho de que ahí mismo, frente a mis ojos y sin pedir permiso, nos habíamos convertido en una familia tipo, con dos hijos en plena etapa de expansión y el departamento de 90 metros nos quedaba chico.
Ya se sabe que el primer paso para crecer es asumirse grande.

A seguro se lo llevaron preso



La cuestión de la seguridad en la Argentina es, quizás uno de los tópicos en los que se han invertido la mayor cantidad de minutos televisivos, centímetros columna de diarios, revistas, blogs y páginas varias, además de ser el objeto de las promesas de políticos y aspirantes a puestos públicos y el tema recurrente en las colas de espera de bancos y supermercados.
Además trabajo en el área de los seguros y quizás por eso también sienta que se trata de un cuestión omnipresente.


Sin embargo todavía no se ha dado un debate serio que agote el tema sin miedo a la verdad. Quizás cuando esto suceda podamos entender que la inseguridad es un síntoma que denuncia carencias enormes y fallas muy graves ahí donde más nos cuesta: abandonar el egoísmo, erradicar la injusticia, cuestionarnos nuestra propia capacidad de dar y respetar los espacios del otro, revalorizar la honradez y la modestia y la necesidad profunda y urgente de ejercitar la solidaridad a diario, más allá de los tiempos de catástrofe.

Apenas unos días después de cumplir nuestro primer año como habitantes de la casa tuvimos nuestro primer traspié con la inseguridad. Gracias a Dios fue de la manera más inocua, sin malos momentos ni consecuencias dolorosas. Apenas alguien que entró en plena madrugada y sólo se llevó mi teléfono y la computadora (portátil) y con ella una nota sobre el fin de año escolar, las fiestas de los chicos y la inminencia de ese tiempo fascinante y exigente que son las vacaciones. Nota que iba a ser la tercera entrega de esta columna virtual que tengo el gusto de compartir con ustedes.

Los albores de un año nuevo

Después vinieron días de fiestas, reuniones, viajes, apurones y locura findeañesca y sentarse a reconstruir lo perdido se perfilaba casi como un imposible. Tomé entonces el tema del robo como un mensaje de los cielos y opté por esperar mejores aires para volver a escribir.

Con el avance de los días la cuestión se fue complicando. Abrir un diario o sentarse frente al televisor significaba toparse con algunas de las más terribles realidades de nuestra condición humana: la crueldad, la guerra, ese monstruo grande pisando la inocencia de tanta gente, la sinrazón de los que gobiernan, los golpes de quienes, sintiéndose excluidos de un sistema que no los deja ser felices, creen que sólo pueden reparar su dolor atacando a otro, la naturaleza y sus pases de factura después de décadas de agravios.

En Oriente medio, en Europa, en Estados Unidos, en nuestro país, en la ciudad, en el campo. La palabra más repetida en esta transición del 2008 al 2009 fue no felicidades sino, sin dudarlo, crisis.
Un panorama difícil y a la vez inobviable que enturbiaba mi propia pequeña felicidad de familia reunida, de todos juntitos y sanitos o peleándola, de mientras haya trabajo, de chicos contentos y mimosos, de bicicleta nueva regalo del padrino, de dormir con la abuela, de tardes de pileta aprendiendo a tirarse bomba y varios kilos de helado de dulce de leche.

Años me llevó entender que la vida es esa mixtura entre lo público y lo privado, que somos nosotros y nuestra circunstancia, como dijo el filósofo y que eso significa aprender a transformar nuestro entorno partiendo desde nosotros mismos pero sin renunciar a la ambición permanente de hacer mucho por la felicidad de muchos. Que en realidad muchas veces es todo lo que se pueda pero nunca puede ser nada.

......

Este tiempo que nos tocó no es mejor ni peor que otros o quizás si. Lo importante es que es nuestro tiempo y sólo en nuestras manos está cambiarlo, transformarlo, hacerlo brillar. Para nosotros y para todos. Porque no hay salvación individual.
Estamos urgidos a vivir una esperanza fecunda, comprometida con el cambio posible aún en condiciones adversas. Abrazar el nuevo año como lo que es: una nueva oportunidad.
Convencida de eso fue que decidí sumarme a la propuesta que alguien me hizo llegar y me planteé con seriedad y sin excusas vivir el 2009 como el año más importante de mi vida. En lo personal me sobran los motivos.

Claro que sé de las dificultades y no dejo de ver que querer ser intensa y plenamente feliz en un panorama tan adverso puede parecer una locura.

Como de costumbre la naturaleza viene al rescate y me regala sus lecciones de vida. Esta vez de la mano del agapanto en maceta que traje del departamento con la intención de transplantar pero quedó nomás allí, decorando una pequeña galería.
Insensible a sus necesidades de luz lo dejé bajo techo, porque me pareció que quedaba bien. Y este año, cuando llegó el tiempo de la floración, mi agapanto se topó con un panorama bastante hostil: sequía intensa, suelo pobre y poca luz. Entonces inclinó su vara más allá del alero buscando el sol. Y floreció, glorioso. Una muestra de que cuando hay conciencia de misión se encuentra fuerza para vencer los obstáculos.

Así que, amigos queridos, me veo en la necesidad de invitarlos a hacer el esfuerzo y florecer también nosotros, a pesar de la crisis.

Un último comentario: agapanto quiere decir flor de amor.