20 de junio de 2009

MATERNIDAD, DIVINO TESORO



Todo nos llevaría a pensar que la maternidad es un asunto serio. Yo misma estaría en condiciones de asegurarlo si no fuera porque por momentos me parece que la maternidad se me ríe en la cara. O mejor dicho: se me burla abiertamente.
No quiero ser malinterpretada. De todos los dones maravillosos con los que Dios me ha regalado en la vida, mis hijos son el más maravilloso. Ser mamá es una bendición y la crianza de mis niños, una fuente de plenitud y realización personal.
Sólo que a veces, de tan maravillosa, la experiencia apabulla y la vida cotiadiana se torna… ¿cómo decirlo? Surrealista.
Y no me digan que no les pasa porque no les creo.

La que soy, aquella que (no) fui.

Detrás de las dulces caritas de mis chichipíos me parece ver a veces la de esa persona que alguna vez, allá por la adolescencia, creí que podría llegar a ser: profesional brillante de aspecto impecable, arregladísima pero sin exagerar, no es cuestión de caer en la trampa del exceso de look. Una chica informada, crítica, políticamente comprometida, católica militante, lectora infatigable, atenta a las últimas novedades, siempre dispuesta a ser parte de la causa social del día y el evento cultural de la noche…

Hay que decirlo: de pequeña yo solía ser bastante fantasiosa. Y un poco ilusa.

Hoy por hoy mis días se organizan alrededor de dos pares de ojos verdes (unos definitivamente verdes, los otros matizados de gris y con un toque de miel) que me miran con anhelo expectante siempre a la espera de más y desde su escasa altura de pigmeos me obligan a pasar agachada gran parte de mi tiempo.
La columna bien, gracias.

Así, yo, que en las épocas de estudiante buscaba escandalizar a mi profesora de periodismo eligiendo como tema de investigación la construcción de un baño público en la plaza San Martín (y otros igualmente al borde del absurdo escatológico) hoy clamo a la providencia me libere de todo lo relativo a pis, caca, mocos y esas delicias que constituyen el pan mío de cada día. Es que ¡nos costó horrores dejar los pañales!


Pero esa no es la única contradicción a la que me empujó la maternidad. Mi espíritu ambientalista, acérrimo defensor de la causa ecológica se doblega ante la presencia de piojos, especie a la que sólo puedo desearle la extinción pronta, absoluta y, en lo posible, sangrienta. Lo más terrible es que no me quedo en la intención: llevo años adquiriendo todo champú, loción o brebaje que me prometa la exterminación definitiva de piojos y liendres (y ni siquiera me detiene el hecho de que las liendres… ¡son bebés!)

La maternidad modificó sin piedad mis consumos culturales: de Kieslovsky a Pixar, el viaje de ida no tuvo escalas. Dejé de ser la lectora infatigable para convertirme en una lectora fatigada de leer una y mil veces el mismo cuento (recuerdo, no sin espanto, uno acerca de una pata que quería ser bailarina). La sobreviviente que llevo adentro me llevó a investigar en el mundo de la literatura infantil. Así, al menos, aprendí a filtrar y de a poco fui seleccionando libros que no me diera fiaca leer. Debo decir que con el tiempo encontré historias muy divertidas y algunos autores que valió la pena leer, aunque haga rato que cumplí los ocho años.

Inmersa en el ajetreo propio de mi vida de mamá de niños pequeños, veo desdibujarse también mi posibilidad de participación en la cosa pública. Mientras hago malabares para cumplir con los horarios de entrada y salida del colegio, los actos, las entregas de boletines, las reuniones de padres del jardín, los cumpleaños… apenas si me parezco al zoon politikón de Aristóteles.

La inminencia de las elecciones no hace más que acrecentar mi angustia en este sentido y no sólo por la ausencia de candidatos fiables. Por estos días una multitud de folletos de cuanta agrupación partidaria existe puebla mi vereda y mi buzón. De rostro inexpugnable, señoras candidatas apenas unos años mayores que yo posan para la foto, bien vestidas y sabiamente maquilladas (algunas hasta con signos de reciente refrescada). Las veo así, tan serenas y sonrientes y no puedo dejar de preguntarme: ¿tienen chicos?, si es así, ¿cómo hacen? Y sobre todo, ¿cómo piensan hacer si resultan elegidas?

Mientras intento dilucidar estas cuestiones reflexionando sobre las aristas menos exploradas del cupo femenino, vuelvo a lo mío, acomodo prolijamente las boletas que nunca introduciré en la urna y las apilo para confeccionar un hermoso bloc borrador, ideal para que dibujen mis bebés.

Gracias a Dios, en casa, hay fiesta para rato.