22 de abril de 2010

ESTA TARDE VÍ LLOVER

Al curso 30.

Lluvia en la ciudad, lluvia de marzo: bendición, frescura, olor a tierra mojada... Al fin un poco de agua después de tanta sequía. Qué bueno, esto es lo que necesitaba el campo. Y mis plantas, que hace rato que no las riego.



Optimismo ecológico, una forma de ver las cosas. Celebremos, pienso y me dejo tentar por un paraguas rojo frutilla.


Lluvia en la ciudad: incomodidad total, inundación de calles y veredas, barro en los zapatos, papeles empapados y cabelleras como erizos. Al ritmo de los chaparrones esquivo pozos-trampa y añoro el trabajo de oficina.


Pero me dura poco. Es nomás un ataque de pesimismo urbano, otra manera de ver lo mismo. Se irá con los primeros soles... (Aunque para acortar camino, decido reconfortarme con algo glamoroso: un impermeable negro, largo hasta los pies).

 

Abril deshoja arboledas y las veredas se pueblan con parvas de hojas secas que intento, en vano, disciplinar a escobazos. Nubes espesas de color gris humo anuncian más lluvias. Y mucho frío.

A medio camino entre el optimismo y la queja le hago frente al otoño que se vino descarnado. Armas no me faltan: escudo rojo sangre y una brillante armadura negra.

¿Cómo capitalizar el aguacero? La opción por el consumo ya no resulta viable (y, sin embargo, qué bien vendrían unas buenas botas de lluvia para chapotear en los charquitos...) Lo del agua para el campo, las vaquitas y las flores de las macetas ya está, ya no me alcanza como recompensa. Será que el frío entumece mi veta ecologista.

Camino por la mitad de la vereda evitando el vendaval que arrecia desde los techos. Algunos desagües parecen jacuzzis poderosos. Sigo buscando opciones para aprovechar la lluvia: juntar agua para lavarme el pelo (muy Ingalls ¿no?), propiciar una siesta romántica (poco factible), comer tortas fritas (prohibidísimo).

Brainstorming, lluvia de ideas. Pero yo llevo paraguas, las ideas ni me tocan. Se me ocurre que podría tararear algo y bailar al estilo de Fred Astaire. Y al instante mi ánimo se desploma abrumado por tanta falta de creatividad.

La conclusión llega, obvia, previsible, al límite de lo soportable: a mí la lluvia tampoco me inspira.


Como la canción ¿recuerdan?

Aunque... paren las rotativas. Veo luz al final del túnel.

Si Antonio Birabent pudo trocar la falta de inspiración en el hit más popular de su carrera bien puedo yo intentar imitarlo y dejar que me empapen las musas.

Llego a casa, me envuelvo el pelo con una toalla y prendo la compu. Tecleo algo, lo borro, otra vez y de nuevo a borrar.

Bueno, empapar, lo que se dice empapar quizás haya sido pedir demasiado. Las musas apenas si me salpican, pero alcanza para volver a mi rincón de obsesiones cotidianas después de cinco meses de ausencia.

Casi tan bueno como un par nuevo de botas para lluvia.



Y a ustedes, ¿qué les pasa con la lluvia?


Para contarme
hagan click en
 "COMENTARIOS".