23 de diciembre de 2008

UNA ORACIÓN A MODO DE SALUDO

Esto llegó hasta mí como suele suceder: de casualidad. Y me encantó. Por eso es el mensaje que hoy quiero compartir con ustedes.
............................................

Siempre que amamos es Navidad.
Navidad es partir y compartir.
Navidad es nacer para los demás.
Navidad es darse y recibir.


Navidad es paz y amistad.
Navidad es fiesta y alegría.
Navidad es tener ojos y corazón de niño.
Navidad es creer en la vida,
porque Dios la ha bendecido.

Navidad es cantar:
"Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz
a los hombres de buena voluntad,
porque Dios los ama".


Navidad es amor y amar.
Navidad es el encuentro
entre lo inmenso y lo pequeño.
Navidad es sencillez y silencio.
Navidad es el milagro de amor de un Dios
que es infinito y se hace niño indefenso.



¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!

10 de diciembre de 2008

EL HERMOSO HÁBITO DE COMER PERDICES

Moneda que está en la mano
quizá se deba guardar;
la monedita del alma
se pierde si no se da.
Anoche cuando dormía
soñé,
¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi
corazón.
Antonio Machado


Esta semana estuvo signada por un acontecimiento feliz: el casamiento de Vero y Guille. Vero es abogada y desde hace un par de años trabaja en el estudio de Eduardo. Guille es chef profesional. Tienen veintisiete años, once de noviazgo y, cosa rara para la época, decidieron casarse.

Yo, aunque simple invitada, lloré a mares en la ceremonia del civil y, ya un poco más controlada, me emocioné muchísimo en la iglesia. Será que los chicos me caen muy bien, será que ando sensibilizada por la cercanía de mi propio aniversario de casamiento o por el futuro enlace de mi hermano Feyus y su novia Cecilia, o será nomás porque pocas cosas hay tan lindas y emotivas como los casamientos.

A mí me fascinan desde que tengo memoria. De hecho entre los dos y los cuatro años eran mi tema pictórico preferido. Me la pasaba dibujando novias de polleras enormes y tortas como torres de cubos. Creo que no hubo casamentera en la familia o entre las amigas de mi mamá que no contara con un modelito by Sole, siempre con muchos adornos, puntillas y volados. Como corresponde a diseñadora de cuatro años.

Hoy prefiero otros estilos pero mantengo intacta mi pasión por las bodas. Es que son divertidas y abundan de detalles simpáticos: hay tanto para mirar, tanto para disfrutar, tanta posibilidad de goce estético...

Quizás por eso mismo también sean tan “frivolizables”. Y quizás por eso es que con los años los pormenores fueron ganando un protagonismo desproporcionado en detrimento de la cuestión central: la de la libre decisión de un hombre y una mujer que eligen dejar de ser dos para convertirse en una sola carne hasta el final de sus días.

Bodas no son matrimonios, eso está claro. Y mientras las primeras rankean alto en el índice de popularidad, el matrimonio pierde adeptos día a día.

Es que el casamiento es una fiesta y el matrimonio, en cambio, es una vocación.


Lo dijo el otro día la jueza que casó a los chicos y me pareció una idea clave. Porque la vocación se conecta con las ganas y con el disfrute: es ese llamado a elegir uno de los miles de caminos posibles con la intuición (no siempre es certeza o seguridad, a veces es, apenas una íntima convicción) de que ese y sólo ese camino es el que el que se quiere recorrer.

Quiero esto para mi vida porque me gusta, porque me hace bien, porque lo percibo como la única manera de ser feliz.
La vocación nos hace pensar en trabajo. La vida en pareja también: compartir la casa, los hijos, las familias, las responsabilidades, la plata (o la falta de plata), no morir en el intento y, además, ser felices, requiere esfuerzo, garra, cuidados. La típica metáfora de la plantita que crece si la atendemos pero muere en pocos días si no la regamos se eleva a la categoría de clásico porque pinta la cuestión con total fidelidad.

Algunos días la armonía parece darse de manera espontánea, el sol brilla y todo reluce. Otros días no es tan así. El rescate viene de la mano de la mejor parte de la vocación: el amor. Que es mucho más que el enamoramiento, es el más noble de los sentimientos y el mayor de los tesoros.

En los momentos complicados conviene tomar conciencia de que ese ser humano que tenemos en frente, con sus virtudes y defectos, es el que elegimos porque nos gustó su forma y nos enamoró su esencia. Y dejarse llevar por el impulso generoso que late dentro nuestro (a veces a flor de piel, a veces escondido bajo siete llaves...).

Amar es un verbo, algo que se hace. Amar a alguien es cuidarlo, estar dispuesto a darle lo que necesita y, a veces, es saber sacrificarse por él.

Un mundo entero de mensajes que apuntan a una supuesta liberación femenina y al egocentrismo machista (dos estereotipos muy consumistas, dicho sea de paso y por ende, funcionales) atenta contra esta gran verdad.
Pero vale la pena enfrentar al mundo, domar al enano egoísta que tenemos adentro e intentar un cambio de paradigma. Y confiar en el efecto contagio.
Más allá de las dificultades, la vocación es también garantía de plenitud. O como se dice, de realización personal. Y lo sabemos: compartir la vida con un compañero libremente elegido, dar amor y ser amado, crecer juntos, formar una familia y gozar de una intimidad únicamente disponible para dos es una de las formas más misteriosas y maravillosas de la plenitud humana.
El matrimonio, como toda vocación, tiene algo de aventura. Y con un poco de imaginación, la podemos pasar muy bien.