24 de enero de 2009

EN BUSCA DEL SOL (O CAPEAR LA CRISIS)

Comenzó el 2009 y como quien no quiere la cosa ya casi se termina enero. A todas luces éste se presenta como un año movidito, cargado de (no tan buenos) augurios. El discurso imperante es el anuncio de una crisis más crítica que no sé qué. Pero para los que nacimos bajo el signo de la argentinidad el tema no es nuevo: de la hiperinflacionaria a la energética pasando por la de credibilidad de las instituciones y (claro está) la del campo no hay crisis que no hayamos tenido el gusto de conocer.
Como se dice en la calle, es lo que hay y parece que es lo
único
que hay. Así que nos queda optar entre administrar miserias y eternizarnos en el lamento o ponernos las pilas.
Los invito a contarme como empezaron ustedes el año, qué opinan de la crisis y qué planean hacer con el 2009.
Este verano en La Feliz se viene reflexivo.

Hace poco más de un año nuestra vida familiar cambió de manera drástica al mudarnos de un departamento céntrico a una amplia casa en la zona de La Perla, uno de los barrios más tradicionales de Mar del Plata.
No fue una decisión simple y significó varios meses de deliberación, de sopesar razones a favor y en contra. Si bien toda mi vida había vivido en una gran casa, con galerías y jardín y en el departamento apenas unos años, yo era la que aportaba casi la totalidad de las objeciones: mucho trabajo, alejarnos del centro, la inseguridad...
Finalmente, como suele suceder, la vida se impuso con toda su fuerza y tuve que hacerme cargo del hecho de que ahí mismo, frente a mis ojos y sin pedir permiso, nos habíamos convertido en una familia tipo, con dos hijos en plena etapa de expansión y el departamento de 90 metros nos quedaba chico.
Ya se sabe que el primer paso para crecer es asumirse grande.

A seguro se lo llevaron preso



La cuestión de la seguridad en la Argentina es, quizás uno de los tópicos en los que se han invertido la mayor cantidad de minutos televisivos, centímetros columna de diarios, revistas, blogs y páginas varias, además de ser el objeto de las promesas de políticos y aspirantes a puestos públicos y el tema recurrente en las colas de espera de bancos y supermercados.
Además trabajo en el área de los seguros y quizás por eso también sienta que se trata de un cuestión omnipresente.


Sin embargo todavía no se ha dado un debate serio que agote el tema sin miedo a la verdad. Quizás cuando esto suceda podamos entender que la inseguridad es un síntoma que denuncia carencias enormes y fallas muy graves ahí donde más nos cuesta: abandonar el egoísmo, erradicar la injusticia, cuestionarnos nuestra propia capacidad de dar y respetar los espacios del otro, revalorizar la honradez y la modestia y la necesidad profunda y urgente de ejercitar la solidaridad a diario, más allá de los tiempos de catástrofe.

Apenas unos días después de cumplir nuestro primer año como habitantes de la casa tuvimos nuestro primer traspié con la inseguridad. Gracias a Dios fue de la manera más inocua, sin malos momentos ni consecuencias dolorosas. Apenas alguien que entró en plena madrugada y sólo se llevó mi teléfono y la computadora (portátil) y con ella una nota sobre el fin de año escolar, las fiestas de los chicos y la inminencia de ese tiempo fascinante y exigente que son las vacaciones. Nota que iba a ser la tercera entrega de esta columna virtual que tengo el gusto de compartir con ustedes.

Los albores de un año nuevo

Después vinieron días de fiestas, reuniones, viajes, apurones y locura findeañesca y sentarse a reconstruir lo perdido se perfilaba casi como un imposible. Tomé entonces el tema del robo como un mensaje de los cielos y opté por esperar mejores aires para volver a escribir.

Con el avance de los días la cuestión se fue complicando. Abrir un diario o sentarse frente al televisor significaba toparse con algunas de las más terribles realidades de nuestra condición humana: la crueldad, la guerra, ese monstruo grande pisando la inocencia de tanta gente, la sinrazón de los que gobiernan, los golpes de quienes, sintiéndose excluidos de un sistema que no los deja ser felices, creen que sólo pueden reparar su dolor atacando a otro, la naturaleza y sus pases de factura después de décadas de agravios.

En Oriente medio, en Europa, en Estados Unidos, en nuestro país, en la ciudad, en el campo. La palabra más repetida en esta transición del 2008 al 2009 fue no felicidades sino, sin dudarlo, crisis.
Un panorama difícil y a la vez inobviable que enturbiaba mi propia pequeña felicidad de familia reunida, de todos juntitos y sanitos o peleándola, de mientras haya trabajo, de chicos contentos y mimosos, de bicicleta nueva regalo del padrino, de dormir con la abuela, de tardes de pileta aprendiendo a tirarse bomba y varios kilos de helado de dulce de leche.

Años me llevó entender que la vida es esa mixtura entre lo público y lo privado, que somos nosotros y nuestra circunstancia, como dijo el filósofo y que eso significa aprender a transformar nuestro entorno partiendo desde nosotros mismos pero sin renunciar a la ambición permanente de hacer mucho por la felicidad de muchos. Que en realidad muchas veces es todo lo que se pueda pero nunca puede ser nada.

......

Este tiempo que nos tocó no es mejor ni peor que otros o quizás si. Lo importante es que es nuestro tiempo y sólo en nuestras manos está cambiarlo, transformarlo, hacerlo brillar. Para nosotros y para todos. Porque no hay salvación individual.
Estamos urgidos a vivir una esperanza fecunda, comprometida con el cambio posible aún en condiciones adversas. Abrazar el nuevo año como lo que es: una nueva oportunidad.
Convencida de eso fue que decidí sumarme a la propuesta que alguien me hizo llegar y me planteé con seriedad y sin excusas vivir el 2009 como el año más importante de mi vida. En lo personal me sobran los motivos.

Claro que sé de las dificultades y no dejo de ver que querer ser intensa y plenamente feliz en un panorama tan adverso puede parecer una locura.

Como de costumbre la naturaleza viene al rescate y me regala sus lecciones de vida. Esta vez de la mano del agapanto en maceta que traje del departamento con la intención de transplantar pero quedó nomás allí, decorando una pequeña galería.
Insensible a sus necesidades de luz lo dejé bajo techo, porque me pareció que quedaba bien. Y este año, cuando llegó el tiempo de la floración, mi agapanto se topó con un panorama bastante hostil: sequía intensa, suelo pobre y poca luz. Entonces inclinó su vara más allá del alero buscando el sol. Y floreció, glorioso. Una muestra de que cuando hay conciencia de misión se encuentra fuerza para vencer los obstáculos.

Así que, amigos queridos, me veo en la necesidad de invitarlos a hacer el esfuerzo y florecer también nosotros, a pesar de la crisis.

Un último comentario: agapanto quiere decir flor de amor.