28 de septiembre de 2010

PROHIBIDO NO CAMBIAR EN PRIMAVERA

La primavera es época de cambios. Especialmente para nosotras, las chicas, más proclives a aceptar las invitaciones de mamá natura. Lo sabido: nos cerramos sobre nosotras mismas durante el invierno, nos ataca la melancolía en días de lluvia y exultamos ánimo cuando brilla el sol. O todo lo contrario, según el caso y los gustos de cada una. Siempre, eso sí, buscando la perfecta unión con el cosmos.
Por eso a la primavera y su ímpetu revividor, no hay mujer que se le resista. A lo largo y a lo ancho de todo el hemisferio millones de mujeres vivimos el equinoccio con sed de novedades.
No se trata de una impresión. Es lo que afirman los resultados de una investigación que llevo adelante desde hace casi dos décadas y que hoy quiero compartir con ustedes.


Belleza de mujer
El dato más evidente que surge de esta investigación tiene que ver con el cuerpo. Cierto es que se trata de un tópico de preocupación femenina casi constante aunque los cuidados que le prodigamos varíen según la edad, los intereses, la contextura física, el estado civil y el dinero y tiempo disponibles para hacerlo. Sin embargo, cuando llega la primavera, a TODAS (el 100% de los casos estudiados, incluyéndome) nos aumenta la preocupación y MUCHAS (más del 70%) llevamos adelante algún tipo de medida reparatoria.
Cualquiera que asista con regularidad a un gimnasio habrá notado que en septiembre crecen exponencialmente las inscripciones femeninas. Algo similar sucede con los consultorios de nutricionistas y dermatólogos que por estos días se cansan de atender mujeres urgidas de renovación y cambio.

Ni qué hablar de las peluquerías. Sin importar las diferencias de orientación política, raza o religión es un hecho que llega septiembre y todas buscamos lo mismo: que el coiffeur o la estilista nos procuren una masa pilosa diferente a la que tenemos. Así, desde los tiempos de ñaupa, las lacias mueren por melenas a lo Daktari y las que vivimos bajo el signo de las ondas y los rulos somos capaces de entregarnos hasta al influjo de vapores venenosos con tal de tener el pelo lacio.

Pero de todas las obsesiones capilares que pululan en el mundo femenino hay una que parece distinguir a las argentinas: la locura por ser rubias. Y ya pueden adivinar, queridos lectores míos, en qué época del año tienen su bautismo de agua oxigenada la mayoría de las cabezas de nuestras compatriotas. En primavera, claro.


Hay quien asegura que estas cuestiones no son estacionales ya que se dan durante todo el año. Y es cierto. Pero en primavera se viven con más fuerza.
Otros argumentan que no es la primavera la que provoca la urgencia por un cuerpo nuevo sino la
cercanía del verano, la exposición corporal y el realismo implacable de los trajes de baño.
Pero yo me animo a sostener que, además de todo eso e, incluso, por sobre todo eso, el que opera los cambios es el bichito reformador de la primavera. Comienza así, picando por el lado de la estética corporal para luego desparramar su ponzoña a todos los ámbitos de la vida mujeril.

Y por casa...
Ejemplo notable de lo que les hablo es lo que sucede con la decoración del hogar. Apenas la primavera saca a la luz la necesidad de arreglitos varios, allá van las mujeres de la casa, provistas apenas de una pistola encoladora. Y no paran hasta dejarla irreconocible.
Las que saben empapelan un rincón del living o hacen cortinas nuevas. Quien puede, cambia los muebles. Si el espíritu que las anima es vintage reciclan un juego de jardín o hacen una mesita con el pie de una máquina de coser. Y una enorme mayoría no concibe renovación primaveral si no pinta alguna pared: por mano propia, a través de personal contratado, o de un marido bien dispuesto. O, seamos realistas, un marido cansado de escuchar el reclamo de su mujer, a quien las paredes descascaradas de la cocina no le permiten ser una-con-el-universo.

Amores de temporada
El factor sentimental tampoco puede obviarse si de necesidad de cambios se trata. Muchos noviazgos llegan a su fin en esta época del año a instancias de la mujer, especialmente entre las más jóvenes. Es que, así como el invierno propicia la actitud cariñosa y el verano enciende pasiones... la primavera da para el revoloteo. Mariposas y picaflores marcan la pauta.
En este caso hay que decir que lo que vale para las jovencitas puede ser peligroso entre las que tenemos unos años más. Sobre todo si estamos casadas o comprometidas. Es probable que un vientito de cambio sople por estas épocas pero a qué mentirles: en este punto la investigación todavía no arroja resultados esclarecedores. Hay quienes tambalean, hay quienes sobreviven muchas primaveras y hay hasta quienes salen fortalecidas de la prueba.
A falta de precisiones científicas, intuyo que todo depende de la profundidad del vínculo.


Dejo para el final, la puntilla. Mejor dicho: las puntillas, los volados, el sube y baja de ruedos y la corrida de cierres y botones. Si el bolsillo lo permite la primavera es el momento para visitar a la modista o tomar por asalto cuanta venta medianamente formal de indumentaria femenina se nos cruce en el camino. Y si no, sencillamente para dar vuelta el placard y rescatar prendas del olvido.
Variaciones más o menos económicas de esa pasión ancestral que las revistas llaman “renovación del guardarropas”. En este sentido la primavera es a la industria textil lo que las fiestas de fin de año a la fabricación de pirotecnia.
.....


Colmada de energía hago un alto en la escritura y corro hasta el almacén. En el camino pienso en las provisiones que necesito para la cena y me entusiasmo con los cambios que tengo por delante: el mantel de la cocina, la cama que quiero convertir en sillón para ver la tele. Y, por qué no, la posibilidad de renunciar finalmente a mi castaño virgen de toda la vida para hacerme unas mechitas doradas.
Con una euforia que calculo contagiosa, tomo lo que necesito y le pregunto a la almacenera cuánto es. Ella me mira como con saña y emite algo a medio camino entre el suspiro y el bostezo de una foca. Ese sonido me hiela la sangre, presiento que algo malo se avecina.
Y sí, apenas puede la señora pronuncia las palabras que no quiero oír, las que tirarán por tierra mi investigación de todos estos años.
- ¿Sabés qué pasa, nena? A mí, la primavera me cansa. No tengo ganas de nada.



By Paz
 

23 de agosto de 2010

ES LO QUE HAY

Parejita jovencísima, ambos de menos de veinte años. Ella es diminuta, tiene cuerpito de nena y pelo hasta la cintura. Él es un típico adolescente desgarbado, flequilludo y muy flaco. Desde que subieron al colectivo ella no disimula su fastidio; él la mira con gesto casi bovino.

- No podés viajar en esto, está repleto de gente, te morís de frío esperándolo ...
- Y, qué querés, es lo que hay...
- Decile a tu papá que te compre una moto, si él tiene plata. Mi prima se compró una y le dieron como cincuenta cuotas.
- Pero en la moto también te morís de frío.
- Si la comprás ahora te la dan para cuando empieza el calor, después la vendés y con lo que juntás en la temporada, la cambiás por un auto...
- Y, no sé, qué sé yo...
- Es lo que hay, qué sé yo,... no podés estar siempre así, como resignado...

Delicias de la vida urbana, a una le toca ser testigo involuntaria de peleas, discusiones, romances apasionados, encuentros casuales, espectáculos gratos y otros no tanto. No hay reality show como la calle.
Me bajé antes que ellos pero no pude evitar quedarme pensando. De alguna manera me sentía interpelada por el discurso de aquella chica. Así, mientras recorría las cinco cuadras que me separaban de mi destino me planteaba: utilizar el transporte público ¿me convierte en una “resignada”? ¿Por qué nunca en la vida se me ocurrió comprarme una moto? ¿Por qué ahora, que ya se me ocurrió, tampoco la quiero?

Y ya en terreno más especulativo: acomodarse a “lo que hay” ¿será siempre señal de conformismo? ¿Manipular la escasez es siempre administrar miseria?

Quizás porque en mi historia hay pinceles reciclados con pelo de mi hermano, capitas de lluvia hechas con bolsas (de las grandes) del Supercoop y un Fiat 600 que alguna vez anduvo a fuerza de dulce de membrillo es que me resisto a creer que sea así. Por el contrario, pienso que improvisar con lo que hay a mano puede ser una manera sabia de adaptarse a las circunstancias. Y hasta una gambeta piola al mandato consumista.

El anhelo de más es intrínseco a la naturaleza humana. Y la publicidad lo explota hasta la desmesura. Sin embargo el exceso de afán progresista (del que, en su justa medida, no reniego) nos lleva a perder de vista la riqueza de los recursos disponibles.
Y no se trata sólo de consumo, sino de una manera de encarar la vida.
Una amiga mía, que combina la aptitud para la venta directa con la habilidad para la cocina fácil y rica, solía adaptar recetas tradicionales a los ingredientes que tenía en la heladera usando una regla de oro: si no hay, no lleva.
Claro que eso puede significar desafiar el canon y además de sentido práctico hace falta apertura, mirada atenta y un ideario ecológico. A las famosas “tres R” de reciclar, reducir, reusar yo le agregaría la r de repentizar, es decir, hacer lo mejor posible con lo que hay.


Sería interesante hacer la prueba y dejarse invadir por el espíritu de MacGyver, capaz de abrir puertas blindadas con un chicle y una invisible para el pelo.
En el mejor de los casos quizás podamos reconciliarnos con nuestras propias limitaciones. Aunque yo me conformaría con que se note en el próximo resumen de la tarjeta de crédito.

Mafalda  09 - Quino


17 de julio de 2010

Sole Rebaudi: lejos del puerto seguro

La obra de Sole Rebaudi habla de una artista con gusto por los desafíos: desde el empleo de soportes no convencionales, la mezcla de técnicas, los materiales reciclados y el juego con las texturas hasta su austero uso del color. La suya es la lógica del expedicionario que, lanzado a explorar lo desconocido, aprovecha al máximo cada recurso disponible y prescinde del equipaje superfluo.

 Los cuadros de esta artista insinúan  cierta épica aventurera: con cada trazo Sole se aleja más de las aguas seguras y se interna en las profundidades del espacio cotidiano. Allí instalada recorre lugares, se detiene con inocultable placer en el paisaje marino (no casualmente vive y trabaja en Mar del Plata), descubre cuerpos, pinta rostros que se antojan conocidos y resignifica pequeñas realidades familiares: la mesa, la ciudad, el ángel. Vida en abundancia.

Pero, más allá de lo experimental, más allá de las temáticas, el principal riesgo que corre la obra de Sole es el de animarse, esto es: dejarse habitar por su propia alma. Esa es la luz que emerge de cada plano dando a las imágenes la posibilidad de manifestarse vitales, cambiantes, plenas de espíritu.
 
En un mundo que suele limitar lo visual a lo visible, Sole se atreve a desafiar el límite de lo evidente.

Y eso es algo para celebrar.

18 de junio de 2010

CORAZÓN ALBICELESTE

Son los de la Virgen. Son nuestros. Y son de todos.
Desde siempre me transmiten belleza y calidez, me hacen sentir cuidada y orgullosa de ser quien soy, de estar donde estoy, de vivir este aquí y este ahora.

Es un lugar común que circula por ahí que los argentinos sólo nos embanderamos para los mundiales. Creo que quizás nos estaban faltando más ocasiones para llevar con alegría nuestros colores

Por eso quiero agradecer a los organizadores de los festejos del Bicentenario por vestir con ellos los pueblos y ciudades. A los comercios que llenaron de celeste y blanco sus vidrieras. A la gente que no le tuvo miedo al chauvinismo y ostenta (todavía) la escarapela de mayo en su solapa. A quienes fueron por más y colgaron la bandera en la ventana. O en la luneta trasera del auto.

Y por qué no a esta posibilidad de vivir el ser argentino desde la tribuna mundialista. Por eso, gracias también a Maradona que, a pesar de todas sus limitaciones, me regaló de manera gratuita algunas patrióticas y futboleras alegrías. A Maradona y a todos los deportistas que lucen y transpiran la bendita camiseta nacional.

A Paz que el día de la Bandera les prometió fidelidad.
Y a Octavio, que fue elegido para escoltarla en el acto del jardín, representando a la salita de tres.

A los soldados de Malvinas que los defendieron con la vida.
A Manuel Belgrano, por el legado.

Por el celeste y el blanco, a todos, muchas gracias.


22 de abril de 2010

ESTA TARDE VÍ LLOVER

Al curso 30.

Lluvia en la ciudad, lluvia de marzo: bendición, frescura, olor a tierra mojada... Al fin un poco de agua después de tanta sequía. Qué bueno, esto es lo que necesitaba el campo. Y mis plantas, que hace rato que no las riego.



Optimismo ecológico, una forma de ver las cosas. Celebremos, pienso y me dejo tentar por un paraguas rojo frutilla.


Lluvia en la ciudad: incomodidad total, inundación de calles y veredas, barro en los zapatos, papeles empapados y cabelleras como erizos. Al ritmo de los chaparrones esquivo pozos-trampa y añoro el trabajo de oficina.


Pero me dura poco. Es nomás un ataque de pesimismo urbano, otra manera de ver lo mismo. Se irá con los primeros soles... (Aunque para acortar camino, decido reconfortarme con algo glamoroso: un impermeable negro, largo hasta los pies).

 

Abril deshoja arboledas y las veredas se pueblan con parvas de hojas secas que intento, en vano, disciplinar a escobazos. Nubes espesas de color gris humo anuncian más lluvias. Y mucho frío.

A medio camino entre el optimismo y la queja le hago frente al otoño que se vino descarnado. Armas no me faltan: escudo rojo sangre y una brillante armadura negra.

¿Cómo capitalizar el aguacero? La opción por el consumo ya no resulta viable (y, sin embargo, qué bien vendrían unas buenas botas de lluvia para chapotear en los charquitos...) Lo del agua para el campo, las vaquitas y las flores de las macetas ya está, ya no me alcanza como recompensa. Será que el frío entumece mi veta ecologista.

Camino por la mitad de la vereda evitando el vendaval que arrecia desde los techos. Algunos desagües parecen jacuzzis poderosos. Sigo buscando opciones para aprovechar la lluvia: juntar agua para lavarme el pelo (muy Ingalls ¿no?), propiciar una siesta romántica (poco factible), comer tortas fritas (prohibidísimo).

Brainstorming, lluvia de ideas. Pero yo llevo paraguas, las ideas ni me tocan. Se me ocurre que podría tararear algo y bailar al estilo de Fred Astaire. Y al instante mi ánimo se desploma abrumado por tanta falta de creatividad.

La conclusión llega, obvia, previsible, al límite de lo soportable: a mí la lluvia tampoco me inspira.


Como la canción ¿recuerdan?

Aunque... paren las rotativas. Veo luz al final del túnel.

Si Antonio Birabent pudo trocar la falta de inspiración en el hit más popular de su carrera bien puedo yo intentar imitarlo y dejar que me empapen las musas.

Llego a casa, me envuelvo el pelo con una toalla y prendo la compu. Tecleo algo, lo borro, otra vez y de nuevo a borrar.

Bueno, empapar, lo que se dice empapar quizás haya sido pedir demasiado. Las musas apenas si me salpican, pero alcanza para volver a mi rincón de obsesiones cotidianas después de cinco meses de ausencia.

Casi tan bueno como un par nuevo de botas para lluvia.



Y a ustedes, ¿qué les pasa con la lluvia?


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